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Sueños, vocación e inversión

Domingo 02 de Julio de 2017
Entrevista a Silvia Zunino, titular del Instituto de Radioterapia.

Articulo original: https://www.lavoz.com.ar/negocios/suenos-vocacion-e-inversion

Sueños, vocación e inversión

Entrevista a Silvia Zunino, titular del Instituto de Radioterapia. En poco tiempo, Córdoba quedará en la cresta de la ola en tratamientos con radioterapia mediante la incorporación del equipo más avanzado del mundo. El sueño de una médica que empezó con cero pesos.

 

 

Córdoba tiene un centro de radioterapia que, si bien ya contaba con los equipos más avanzados del mercado, antes de fin de año quedará posicionado en lo más alto del país. No se hizo solo. Fue el resultado de la vocación y de la lucha de Silvia Zunino, una médica que, como tantos profesionales, llegó de un rincón del país para cumplir con su irrefrenable y apasionada vocación.

“Nací en Jáchal, San Juan. Soy una joven mujer de 73 años (sonríe). No había nada, era la montaña, el desierto y nosotros. Y creo que eso me ayudó mucho porque, sin los miles de juguetes que existen hoy, celulares y computadoras, esa soledad me hizo imaginar cómo vivir. Tenía que imaginarme la vida, lo lindo y lo que no existía”, recuerda.

–Todo pasaba por su mente.

–Eso fue bueno, desde muy chiquita decía que iba a ser médica. El hermano mayor de mi mamá era médico y era mi modelo por seguir. Para mí, Manuel era la perfección, mi ideal. A los 7 años le dije a mi madre que quería ser médica. En San Juan capital hice la secundaria. Mis padres eran de escasos recursos económicos, pero con mucha inteligencia, muy cultos, y nos inculcaron un lema: trabajar y estudiar para ser alguien.

–La famosa movilidad social ascendente.

–A ese “alguien” cada una de nosotras lo imaginó a su gusto. ¿Qué será ser alguien? Terminé viniendo a estudiar Medicina a Córdoba, para lo cual me escapé de casa. Mi padre no entendía que su hija pudiera ser médica. Era 1963. “¿Te vas a ir sola a Córdoba?”, me decía. A los 19 años vine a realizar una tarea humanitaria, pero mi objetivo era estudiar.

–Todo por un sueño.

–Pregunté dónde era la Facultad de Medicina y a las 12 de la noche me metí en la cola para poder realizar la inscripción a las 8 de la mañana. Me dieron una libreta y caí a San Juan con ella. Ya está, se aceptó y me volví a Córdoba, sin un peso. Hice la carrera en seis años, habiendo perdido uno por la huelga de 1966, de la que participé activamente.

–Huelga que tuvo al Hospital de Clínicas, en barrio Alberdi, como centro.

–Con otros 33 locos caminamos hasta Buenos Aires (ríe). A los 19 años me senté a estudiar Medicina y dije: “De esta silla no me muevo más”. Al año gané una beca porque no tenía una moneda partida por la mitad. Esto es una pasión, para mí no es un trabajo. Hay algo de locura también, no soy una persona normal, difícil de encasillar. Además no me gustan las cosas fáciles, me aburren.

–¿Cómo llegó a la oncología?

–Porque en tercer año se daban los “practicanatos”. Eso me gustó mucho, ingresaba activamente en la medicina. Pero el único cargo disponible era en el Instituto del Cáncer. Ahí conocí la radioterapia, muy primitiva por entonces.

–Y muy invasiva.

–Totalmente, y con múltiples complicaciones. Pero era lo que había. La anatomía patológica, por ejemplo, no era para mí porque soy muy activa, no puedo estar quieta. Cirugía en ese momento era un infierno para las mujeres. Tengo entendido que la primera quimioterapia en el Clínicas se hizo en 1969 o 1970. La radioterapia era interesante, pero no había equipamiento. Yo leía cosas que ocurrían afuera y veía que esta especialidad iba a llegar a mucho. Yo soñaba.

–Una jovencita soñadora.

–Había otra situación: nadie pensaba invertir dinero en radioterapia. Había un gran problema con los resultados de los tratamientos por el equipamiento primitivo de esa época.

–Imagino que también existían grandes problemas de diagnóstico.

–No teníamos nada, la clínica médica estaba muy desarrollada, igual que la cirugía, con grandes profesores, pero el diagnóstico era por radiografía convencional. ¡La tomografía computada apareció en 1976!

–Las enfermedades se detectaban en estadios avanzados.

–Cuando veíamos algo en un cáncer de mamas, era porque el tumor ya era enorme. Era un escenario desolador.

–Ahí dijo: “Esta es mi oportunidad”.

–Era un espacio dentro de la medicina absolutamente vacío. Empecé haciendo lo que podía dentro del hospital. En aquel momento existía una Cooperativa Médica y un Banco Médico. Hablaba con el doctor Gutiérrez y con otros amigos. No tenía plata, pero debía buscar los recursos. Con un crédito de ese banco compré una bomba de cobalto, que era lo mejor de la época. Mi obsesión era y es proteger los órganos sanos.

–Una misión difícil de cumplir en ese tiempo.

–Con otro médico, en una de las tres sociedades que tuve en mi vida, la instalamos y comenzamos a andar. Éramos cinco personas en el equipo, una de ellas Marta Vergara, todavía nos acompaña. Fuimos ganando prestigio, me incorporé a distintos lugares e incluso hicimos un aporte para el tratamiento gratis de niños con cáncer.

–¿Le costaron las sociedades?

–¡Uf! Pero no me pongo en víctima. Asumí mis errores, los pagué, me caí y me levanté un montón de veces. Compré tres veces mi propio instituto (ríe). Una amiga me hace bromas con eso.

–¿Qué vino después de la bomba de cobalto?

–En 1984 incorporé una segunda bomba, una sala para braquiterapia ginecológica y un equipo que usábamos como simulador. Habíamos avanzado, pero al mismo tiempo estábamos muy atrás con respecto al mundo. En 1989, con la necesidad de formar recursos humanos, creamos la Fundación Marie Curie y en 1993 adquirimos un acelerador lineal, con un crédito otorgado por Phillips. Fue muy difícil pagarlo en dólares porque cobrábamos las prestaciones con los bonos que andaban dando vueltas. Lo bueno de ese momento es que se incorporó una persona valiosísima como Daniel Venencia, doctor en Física.

–¿Cómo financió el crecimiento del Instituto?

–Hasta 2008 pasamos por una serie de tragedias económicas argentinas con muchísimas dificultades para progresar. 2001, por ejemplo, fue un golpe terrorífico para la institución. Las obras sociales estaban quebradas. Pero les dije a todos: desaliento no, depresión no, trabajo sí y vamos a avanzar aunque sea de a centímetros.

–Buena receta, se la copio.

–En 2006 me reuní con tres empresas que fabricaban aceleradores y logré encontrar una salida con Siemens. No nos querían dar crédito, porque la actividad era la medicina. Y le voy a contar algo: quien me escuchó fue la madre del doctor (José Manuel) De la Sota, con quien teníamos una relación por razones médicas.

–¿Qué hizo ella?

–Necesitábamos pasar en forma urgente a la intensidad modulada, porque es la única tecnología que permite dar dosis más altas en los tumores y disminuir la exposición en los tejidos sanos. Por ella, me escucharon en el Gobierno, en la obra social provincial. Les decía: “No estoy buscando un negocio, sino que tengamos a disposición en Córdoba esta tecnología”.

–¿Y…?

–El Banco de Córdoba nos dio un crédito por un millón de dólares que se devolvió rápidamente. Y al año y medio estábamos comprando el segundo equipo, directamente financiado por Siemens, sin garantía.

–Comenzó la acelerada de los aceleradores.

–En 2010 compramos el primer acelerador Novaris; en 2012, el segundo. El año pasado, el tercero y esta semana acabamos de comprar el cuarto acelerador con la más alta tecnología: Varian TrueBeam Brainlab. Cuesta seis millones de dólares. Desde octubre próximo quedaremos en el primer nivel mundial. Está en Córdoba, no en Buenos Aires. Y también actualizamos todo el 
 software , lo que nos permite tratar 15 metástasis al mismo tiempo y tumores de vértebra con máxima precisión.

–¿Cómo resolvió la estructura empresarial que sostiene esto?

–En 2008 armamos una sociedad con mis dos hijos. Pablo, médico radiooncólogo, trabaja aquí conmigo. Y Javier, ingeniero en Sistemas, está en Silicon Valley, desde donde asesora al equipo de informática. La inversión desde ese momento hasta ahora fue de 30 millones de dólares. Vivimos endeudados. Esa fue la gran decisión de la familia: vamos a vivir pagando una cuota.

–¿Cuáles son los cánceres más frecuentes?

–Si vamos a vivir 100 años, es muy probable que la mayoría de las personas terminen con cáncer de próstata o con cáncer de mama. El cáncer de colon es una enfermedad bastante común, quizás influenciada por los malos hábitos alimentarios. El diagnóstico precoz sigue siendo vital.

–¿Usted se logra despegar de la historia del paciente con cáncer?

–Del paciente, sí; de los tumores, no. No me involucro en los problemas personales del paciente; si lo hiciera, no tendría objetividad ni eficacia. No puedo ponerme en el lugar del paciente, para ayudarlo tengo que estar fuera de él, en un sitio externo donde lo pueda ver y pensar. Llorar no sirve. Hay que ver de qué manera vamos salteando estas dificultades. Si a los pacientes les va bien, al Instituto le va bien.

 

Cine, lectura y abuelazgo

El soporte de la gente. El nuevo equipo funcionará en el Centro de Duarte Quirós.

Nombre. Silvia Zunino.

Hijos. Pablo y Javier, sus socios.

Empresa. Instituto de Radioterapia.

Organización. Fundación Marie Curie.

Pacientes. Dos mil por año. Más otros 150 por distintas disciplinas.

Centros de radioterapia. Dos.

Personal. 85 personas full time.

Le gusta. Cine, lectura y nietos.

Teléfono. (0351) 442-4600.

E-mail. info@radioncologia-zunino.org

Web. radioncologia-zunino.org

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